Cuando conocí a Silvana tenía veinte años, demasiado joven para entender el gran engaño de la vida, el amor, demasiado viejo para no saber que si no tomaba la decisión de seguirla hasta el final perdería la gran oportunidad de vivir sin haberme arrepentido de desperdiciar mi juventud. La conocí en un bar pequeño de esos que abundan en Puno, lleno de esos clichés folk fashion y con Bob Marley de fondo. Porque si algo es Puno, es una Kingson a casi 4000 metros sobre el nivel del mar, con ese ambiente caribeño acompasado por un viento puramente gélido propio de los andes peruanos.
-Ho-hola – ¡wonderfull!, que saludo tan creativo.
-Hola… - su desgano me dijo todo, simplemente no le interesaba. No me daría tiempo para hablarle de que estudiaba sociología en la Católica, que respetaba y me apasionaba la vida rural de los aymaras, de que pretendía perderme en sus costumbres, pero nunca tanto, porque un colorado es como sarna en sus comunidades, y tarde o temprano pica demasiado y es necesario buscar una cura.
-¿Qué querès ché?
-Nada… - aquí debí decir algo creativo pero una estupida laguna mental me prohibió hilar algo irónico o ingenioso, simplemente si hablaba la cagaría con alguna frase hecha y patéticamente pretenciosa, baje la cabeza y ella sonrió.
-¿Por qué te ríes?
-porque querès ligar conmigo y no te sale nada – Silvana soltó una carcajada propia de una chica sin remordimientos, la mujer de mundo a la que no le pesa el genero y que le da lo mismo soltar la peor grosería que acariciar los cabellos de quien ama.
Sonreí, no me quedaba otra. Atrás, Franco y Cristian me miraban divertidos, había perdido la apuesta, yo, el pendejito de Lima quedaba en ridículo frente a una gaucha mas de mundo que yo.
-bah…solo quería hablar contigo, pero veo que te pones agresiva, así que vuelvo con mis amigos… - cogì lo ultimo que me quedaba de dignidad, la ultima mísera pizca que sobraba luego del letargo que me produjeron sus ojos verdes, era un huevon, hoy mas que nunca.
Relatar mi primer encuentro con ella siempre me produce sentimientos ambivalentes. Por un lado, se que si la conociera hoy sabría que le guste desde aquel momento, pero que su orgullo de chica alternativa, vegetariana y free lance no le permitía hacerle caso a cualquier pelele de la noche a la mañana. Hubiera comenzado la conversación diciéndole que su bolso era tejido por los pobladores de Taquile, que ellos habían estructurado un tipo de economía alternativa consistente en la cooperación entre todos. Al fin de cuentas, lo que buscaba Silvana, y que nunca entendí del todo, era un pequeño reducto en el mundo donde aun no todo se comprara y vendiera, donde el Che Guevara armara revoluciones y Macdonalds no pasara del posible apellido del misionero gringo de la parroquia mas cercana. Yo en cambio, me le acerque como en una pésima película de Hollywood, en esas en las que el protagonista tiene un Martini en la mano y viste con una camisa negra elegantemente desabotonada.