jueves, 5 de diciembre de 2013

Sonido del despegue


He escuchado a María llorando algunas veces. Nunca lo hace con drama y frustración. Son más bien de esos llantos que regulan las emociones del cuerpo, suaves y prolongados, silenciosos como mímicas desesperadas sin interlocutor alguno. La muerte de su esposo fue dolorosa, pero supongo que María la maneja con una sabiduría que desconozco. Ella creció en una costa escarpada de mar bravo y olor a pescado. De esos pueblos de la costa peruana, sumergidos en las nubes y el desierto del pacífico. Ahorcados entre las montañas y las profundidades. Fantasmas. Solos. María salía temprano y tomaba clases de secretariado en la sede de un instituto, eran 13 alumnos, todos nacidos y crecidos en el pueblo. Ella no llora ahora por ninguno de ellos, aunque uno que otro ya haya muerto. Por aquellos años yo no sabía de ella, yo estaba lejos de esa costa escarpada. Estaba tocando el piano en una iglesia gigante frente a una laguna solitaria. Nadie me escuchaba y era mejor que fuese así. Mis melodías eran malas y muy tristes. No lo eran porque hubiese vivido una experiencia dolorosa sino porque el mismo paso del tiempo es un suceso que genera melancolía. De vez en cuando caminaba al pueblo y veía a mis amigos de la escuela envejeciendo y con nuevas responsabilidades. Tal vez María sintiera lo mismo de sus compañeros de instituto. Por mi parte el piano me permitía liberar algunas angustias en cada nota. De pronto conjeturé que sus notas atrapaban tiempo en un sentido bastante distinto del que se podría pensar. Una melodía no es nada sin la memoria. Si no tuviésemos la capacidad de retener el instante anterior de la ejecución, cada nuevo acorde nos parecería una llegada arbitraria al mundo. La melodía completa era la ecuación de un espacio de tiempo con sentido, el sentido de la ejecución. María se casó con Rafael un 13 de abril mientras el viento soplaba contra el atrio de la catedral y hacía volar algunos arreglos florales. Los invitados no excedían los trecientos pero eran más de la mitad del pueblo. Pronto ella se despediría de su pequeño hogar y vendría a Lima. Como yo desde mi templo del piano. Durante unos meses nos cruzamos por la calle sin hablarnos. Ella siempre llevaba prisa y yo siempre caminaba con una parsimonia exasperante.

miércoles, 9 de octubre de 2013

Cuarto para las seis (cuando esto comienza)


Los sonidos atraviesan mis oídos de una forma elegante, llegan silenciosos, sigilosos, revientan en mi tímpano y se marchan dejándome crispado, sigilosos de nuevo. Son varios a la vez. De la colilla que se consume en el cenicero mojado, de las burbujas del vaso, de las ambulancias allá abajo, de esas que engañan a enfermos con la salvación. Abajo, muy abajo, se escucha a mi vecino tirándose a una puta colombiana, de las caras. Los gemidos, por una de esas coincidencias cósmicas, combina la perfección con Planet caravan que no suena en ninguna radio, sólo en mi cabeza. La voz hipnótica de Ozzy Osbourne recorre mis neuronas al ritmo de sinapsis adormecidas y me dificultan la labor de percibir el espacio. Sólo hay sonidos, sin espacio en el que se desplacen. El maestro decía que uno escribe para expulsar demonios grotescos, para expulsar las entrañas de los seres más viles, los escritores. Lamentablemente yo no soy de aquellos dotados con el privilegio de una buena escritura y las entrañas se quedan dentro, y hacen sinapsis mientras se acercan las seis de la mañana en punto y una ambulancia lleva al muerto de esta hora en un espacio hecho de sonido.

domingo, 22 de septiembre de 2013

2012


Hace un año era Johansen, Moscú y últimos pisos de edificios, alcohol y vértigo de ciudades rápidas allá abajo. Era una ausencia, un espacio lleno de materia sin dirección. Era miradas perdidas y tristes, más alcohol y un invierno de mierda destrozando mis huesos. Era el peso de 24 años y los recuerdos de Potosí con la falta de aire. En esa estructura Borges y Cortázar eran dos constantes ecuacionales, todo lo demás era itinerante y algunos factores desaparecían tan rápido como la vida de una ola rompiente en la costa. Ahora el tiempo ha pasado otra vez, le he dado la vuelta al sol y apenas tomo conciencia de dicha hazaña, hoy siento más paz que hace un año pero uno nunca sabe, la paz suele desaparecer así nomás.

martes, 3 de septiembre de 2013

Días de trabajo


Daniel llegó hace unos meses al trabajo – lo vi pasando raudo y distraído – con un ligero malestar. No puedo decir que era lo que realmente le molestaba, pero a cierta edad a las personas les irrita el simple paso del tiempo, la obligación de moverse de segundo en segundo, sin contar con tiempo para planear el siguiente segundo o simplemente desconectarse, hacerse atemporal. Luego lo vi sentarse en su escritorio y tomar un libro de los que tiene apilados al lado de la PC. Lo hojeó durante unos minutos y de pronto se detuvo en una página, una página de miles de palabras, una página de arena. De eso hace ya varios meses. Daniel sigue en esa página y cada vez que me asomo a la altura de su hombro veo nuevas palabras y nuevas oraciones. Parece que Daniel ha encontrado un descanso del tiempo y lo envidio por eso.

martes, 9 de julio de 2013

No tienes pasado


Últimamente veo a mucha gente renegar de la izquierda necia, dura, insolente, proletaria, popular…Asumo que la, cada vez mayor, cantidad de Starbucks en cada esquina ha alimentado su fe (exagerada o tontorrona) en el mercado. Han olvidado que el Perú era un país de terratenientes, de abusivos gran putas que explotaban a sus trabajadores en las haciendas azucareras. Han olvidado que el Perú no solo era un país elitista sino (principalmente) indolente. Que los indios dormían tapados con pieles y a la intemperie (lo han olvidado, no seas huevón, no lo han vivido). Muchos de mis amigos (porque son tipos muy inteligentes, brillantes en muchos casos) han olvidado el poder pulsional de la izquierda. No me importa si no son marxistas, ni yo ni nadie hoy en día lo es. Lo que me importa es su (tal vez) patética complacencia con el mercado, esa actitud de ponerse en cuatro con el franchising, el outsourcing y cuanta huachafada con nombre gringo ha llegado en los últimos veinte años. No me da pena que piensen como piensan (probablemente yo pienso igual que ellos) sino la forma en la que desprecian a los que cuestionan sus dogmas. Me jode que olviden donde viven, y que piensen que caminan por los pasillos de Yale. Si alguna vez se han preguntado por qué no se puede hablar propiamente de un pensamiento peruano, tal vez sea porque preferimos pensar que vivimos en Wonderland y no en la cuadra 7 de la Brasil (donde venden la mejor papa con huevo del Perú).

jueves, 13 de junio de 2013

Tiempo


Últimamente mi único enemigo mortal es el tiempo, el muy hijo de perra tiene un mecanismo de divide y vencerás contra el que no puedo competir. De pronto deseo que los minutos pasen para salir del trabajo…y luego me doy cuenta de que mis 24 años han estado repletos de esas pequeñas ansiedades y ahí, solo ahí percibo que me está ganando. Que el tiempo siempre gana y siempre pasa. Y eso.

sábado, 20 de abril de 2013

Amigos


Hoy por una arbitrariedad absoluta – aunque la vida siempre es un proceso estocástico, casi nunca determinístico – di con la foto de una amiga de hace mucho tiempo. Bueno, ni tan amigos, pero es una persona agradable. Recordé que la conocí el primer día de mis siete años en la universidad, aunque decir que la conocí es un decir (nunca me queda claro si estos juegos de palabras quedan graciosos o patéticos). Ella estaba esperando a su enamorado (tampoco me queda claro cómo definir a esas relaciones que escapan del cliché, que trascienden por su real conexión) mientras escuchaba Led Zeppelin en la librería de la Universidad. Él era la primera persona que me hablaba en la Universidad, en ese lugar en el que me gustaría pasar el resto de mi vida (en la Universidad como institución, no en esta o aquella en concreto). Luego la recuerdo de las clases de historia del arte que llevamos en algún momento y que creo que ninguno de nosotros aprobó. Eran insufribles, tres horas de arquitectura incaica y colonial que, previa disculpa por la insolencia histórica, me importaban un comino. Así que preferíamos hablar de las clases de cosmología que ella ya había llevado y yo estaba llevando. Recuerdo algunas de sus manías porque me daban gracia por su autenticidad y también recuerdo que gracias a ella descubrí el placer de las galletas laminadas para vegetarianos (una de mis obsesiones hasta hoy). En fin, decía que la recordé al paso porque todas las memorias que cuento fueron de una cotidianidad absoluta y no tienen que ver con ninguna historia coherente. Solo supe algún tiempo después que se intentaba dedicar al arte pero que desistió por una de esas crisis que van hundiendo a gente tan de puta madre (algún día un economista realizará un estudio sobre la cantidad de gente de puta madre que se pierde por ahí y de la que nunca se sabe nada). De su enamorado, supe que le va muy bien, y también tengo buenos recuerdos de él. Nunca nadie había definido mi esencia nómade tan bien como él, y temo que nadie lo hará. A los dos, donde sea que estén y aunque nunca me vayan a leer, un abrazo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Meteorólogos


La ciudad anduvo soportando temperaturas de más de 30 grados. Todos los días. Durante 6 meses. Al principio se pensó que era una ola de calor pasajera pero pronto los servicios meteorológicos reconocieron su error (cosa por demás bastante común) y señalaron que el calor había llegado para quedarse. Al día siguiente del anuncio presenciamos la primera nevada en la historia de Lima. Los niños hacían hombres de nieve pero estos tenían una capa de polvo y smog que les daba un toque siniestro y criollo. Alguien por ahí dijo “así son los meteorólogos”.

lunes, 28 de enero de 2013

Voices in our heads never gonna stop

Lo único que recuerdo de los viajes en tren con el viejo y la vieja es el llanto de los niños en los asientos cercanos. Nunca paraban, pero había un punto en el que la ecuación del silencio los incluía y así se podía obviar la diafonía de cada grito. Recuerdo que esa capacidad de adaptación me causaba asombro de niño. Aún ahora pienso que un triunfo evolutivo consiste en la aptitud para vivir con el silencio de la muerte todos los días. Pienso en la radiación de fondo de microondas y el tiempo que nos tomó saber que siempre estuvo ahí, como las pistas “en las narices” que dejan los grandes asesinos. La obviedad es el mejor escondite decía mi abuelo. Entonces el asunto que afronto hoy ha de tener una solución parecida. Las voces no van a parar jamás, pero solo tengo que encontrar la forma de hacer que no jodan tanto. Para ello he pensado en un par de opciones, una de ellas totalmente acorde con la selección natural, aunque ahora que lo pienso mejor, la opción opuesta es también el triunfo del postulado de la supervivencia del más fuerte. La primera – que representa un mecanismo adaptativo – es habituarse a las voces, ignorarlas o conversarles, construir mundos alternos con su presencia. La apariencia de locura es un precio pequeño en comparación con el final del hoyo en el pecho. Y la otra opción es el final con la muerte. Con la ausencia de sinapsis auguro el fin de las pulsiones, y con la ausencia de la vida auguro la incapacidad de expresar cualquier futuro. Esto último no es novedad, pero sí lo sería para un religioso obstinado en la vida eterna. Imploro porque no exista. En el triunfo de la incoherencia le imploro a Dios (con mayúsculas) porque no exista vida después de la vida, que todo final sea el final.