Las calles de la ciudad asemejan trincheras en las que no dos sino cientos – o miles – de bandos protegen sus territorios. No hay expansionismo, hay protección de la memoria real o ficticia, propagación de tradiciones y protección de la familia. Esa es Lima, que podría ser Sao Paulo, Bangkok, México DF o, la hipótesis más apocalíptica y distopica, Ciudad Juárez.
Zygmunt Bauman habla de un sentimiento creciente y ambivalente de “mixofobia” en las grandes urbes del mundo moderno (en la modernidad liquida). La mixofobia convive de manera contradictoria con la mixofilia, configurando una de esas relaciones complejas de la incertidumbre contemporánea.
Lima anda llena de muros, divisiones, seguridad privada, verjas, perros entrenados, serenazgos y discursos sobre la seguridad. En el centro radica un miedo nuevo en la historia de la ciudad (o no tan nuevo en realidad): el miedo a la diversidad. Y es que Lima hace tiempo que dejo de ser aristócrata, heredera de una tradición ibérica, católica y puritana. A Lima bajaron los cerros, el campo, los cholos, los negros, los zambos. Llegaron en barcos los chinos y los japoneses.
¿Entonces qué ha cambiado? Si desde por lo menos los sesentas Lima ha experimentado procesos de mezcolanza e interacción cultural, ¿Por qué recién se ha incrementado la mixofobia?
Hay motivos estructurales y coyunturales. Tal vez sea que nos hemos hecho postmodernos y desarraigados, y esa extrañeza del entorno nos ha hecho hostiles a lo que nos circunda (cualquier cosa más allá de la inmediatez que podemos controlar y predecir con casi absoluta certeza, la familia), o tal vez sea que se ha producido – primero de manera fina y sutil y luego de manera abierta y desafiante – una inversión de la estructura del poder social.
Tal vez y lo cholo, lo andino y lo charapa hayan pasado a dominar el paisaje urbano; y lo tradicional, ibero-católico y pacato hayan pasado al papel de marginalidades, tal vez las últimas elecciones hayan terminado de materializar el objeto de la ansiedad y el miedo sanisidrino. La mixofobia sería un escape predecible en ese contexto. Si el Perú no es Lima (Pedro Salinas hacia una ironía graciosa al respecto en su columna de hoy), la economía de mercado que representa a la derecha ortodoxa, la estabilidad macroeconómica, las misas del domingo y la tranquilidad y frivolidad de Lima perdieron frente al salvajismo, irracionalidad y barbarie que se atribuye a los cholos. La mixofobia que se hace odio (del más visceral) llena nuestras redes sociales de conocidos, amigos y compañeros y el poder se difunde, porque no decirlo, se democratiza (¿mixofilia?)