Hoy tengo que escribir de adentro. Como dicen, de adentro para afuera, visceral, sacamierdero. Creo que es así. No, tal vez así suene duro, hostil, demostrativamente oscuro.
Me importa un comino. Hoy voy, tengo (tengo) que escribir de dentro hacia fuera. Sobre los miles, millones de gigantes de un solo ojo y tentáculos que anidan mi cerebro y lo carcomen, y se alimentan de la materia ahí presente, neuronas, conexiones neuronales, transmisiones eléctricas nerviosas, materia e ideas, todo. Incluso de mis nociones de tiempo y espacio, de mi individualidad, de lo que esencial (ontológicamente) soy. Me devoran y se cagan de risa.
Están ahí los muy (magnánimos) hijos de la gran puta y no puedo sacarlos. Ni con Wagner, mucho menos con métodos de hipnosis avanzada o con mentiras republicanas para consumir los días en que no hay universidad en las mañanas, ni si quiera con el mejor producto de Quality Products.
Tienen aspecto enfermizo o más bien decadente, pero aun así una belleza aristócrata-republicana. Son las historias de mi abuelo condensadas en la desproporción grotesca que nunca quise aceptar. Se colocan entre los márgenes craneanos y desde ahí golpetean las paredes de mi cordura haciéndome cada segundo un poco más demente que el anterior.
Rasquetean el tapizón al costado de mi cama y se ríen de la cara paranoide que dibuja la conjunción de mis labios y mis ojos alineados en un ángulo perfecto para retratar el miedo y desconcierto. Es por eso que hoy, lo siento, tengo que escribir desde dentro hacia afuera, para que se busquen un nuevo lugar. Porque con la descripción de sus anatomías fantásticas, ellos se diluyen en ideas pervertidas de mi cerebro cada vez más enfermo. Ya se van y yo con ellas.
¿de derecha o izquierda?
Hace 13 años