lunes, 12 de marzo de 2012

Pink Floyd

Él puso el vinilo de Pink Floyd, era uno de esos detalles tan extraños para un chico de su edad. La miro con una mezcla de deseo y temor y sirvió un vaso de whisky. Se sentaron recostando sus espaldas en el refrigerador y cerraron los ojos. El alcohol pasó al inicio con dificultad pero poco a poco las gargantas se acostumbraban al espesor y densidad y los pensamientos se hacían confusos.

El soltó su mano al viento y fingió que volaba por alturas imaginarias y ella sonrió al verlo, eran dos estrellas de rock en medio de una cocina mediocre, borrachos entre whisky y las ganas de apretujarla contra la puerta del refrigerador y besarla.
Ella sacó de su bolsillo un paquetito de envoltura esmerada, lo abrió y salió un polvillo blanco y la mirada picara que lo invitaba a probar.

El resto de la tarde fue una canción completa mil veces repetida, fue espacios imaginarios y gritos y risas. Nunca se dieron cuenta cómo pero terminaron recostados uno sobre el otro, durmiendo en dimensiones lejanas, eran espacio. De pronto llegó el padre y vio a la hija drogada y a él moviendo la cabeza sin notar su presencia, supo que por lo menos hoy esas criaturas eran libres.