miércoles, 2 de marzo de 2011

Sicologia animal


Las investigaciones de sicología animal se remontan a la obra de Charles Darwin “Expresión de las emociones en el hombre y los animales”, y posteriormente, con las obras de numerosos darwinistas o evolucionistas ortodoxos, se buscó encontrar en expresiones del comportamiento animal, similitudes o diferencias con la conducta humana, tal si se tratara de una sicología comparada.

Desde que Renato Rodríguez se entero de que dentro de las innumerables dudas y problemas científicos existía uno relacionado a la posibilidad de inteligencia animal, quedo maravillado. Pronto, descubrió que la escuela evolucionista ortodoxa había planteado el estudio de la sicología animal en términos mentalistas, es decir dualizando a sus objetos de estudio en mente y cuerpo, y buscando en la mente – ese amorfo y abstracto objeto de la sicología – similitudes entre hombres y animales. Citando los trabajos de los primeros años de Rodríguez encontré: “Los mentalistas en sicología animal olvidan que buscar analogías entre hombres y animales a nivel del estudio de la mente (como paradigma sicológico) supone un estado en el cual el hombre se considera algo por encima o por fuera de lo animal, como si se tratara de una criatura superior, suprema (y pienso en Sloterdijk, y pienso en que los hombres también son un rebaño)”

Pronto los intereses de Renato se difuminaron y a la sicología animal se unieron el thrashcore punk, la arquitectura del siglo XX – en especial la Bauhaus –, la física teórica (su profesor de física en el colegio le había dicho que tenía muchas habilidades para la abstracción matemática) y Daniela Romo, alumna de Estudios generales letras de la promoción 1981, 1.65 metros, pelo castaño, ojitos pardos y sonrisa traviesa.

Estaban ya los ingredientes de su magnánimo y futuro aporte – ¡oh Renato, si Daniela hubiera sabido cuán grande serias en el futuro hubiera dejado al mediocre Augusto Venegas y sus necedades! – del experimento que habría de revolucionar dos áreas completas del conocimiento humano, y sin embargo, que pequeño, que insignificante – con ese acné, esa voz cadenciosa, esas divagaciones balbuceantes en la cafetería central – que era aun Renato, y éramos pocos los que ya lo admirábamos cuando veíamos que se sentaba en la octava fila de los salones tipo auditorio de la facultad de letras y escuchaba música a todo volumen mientras el profesor llegaba, y entonces hacia el gesto triunfante de quien ha dejado de sufrir un padecimiento inenarrable con el fondo de las conversaciones miraflorinas sobre fines de semana, amores y desamores.

Recuerdo que lo único que supe de él antes de su desaparición por mucho tiempo, y la posterior gloria intelectual, fue que publicaron una pequeña nota sobre uno de sus proyectos de sicología animal en el periódico universitario. Debía probar la memoria animal mediante un simple experimento con un ratón – ese mártir silencioso de la ciencia de todos los tiempos -, colocándolo en un laberinto varias veces, hasta que el animalillo encuentre el camino sin tropezar, recordando la fórmula perfecta de derecha-derecha-izquierda-derecha-izquierda-izquierda.

No supe, no supimos, e intuyo nefastos resultados de ese experimento, nada más de Renato durante muchos años. Un par de veces me lo cruce por los jardines, y lo veía cada vez mas ido, mas perdido en sus elucubraciones, esas que no podría expresar con una certeza macabra, porque nadie lo entendería, nadie lo podía entender. Luego, volvió a la vida pública con un ferviente apoyo político a un minúsculo grupo de izquierda anarquista radical primitivista. Esa fue la primera vez que hable con el personaje que había admirado desde mi ingreso a la universidad. Teníamos la misma edad fáctica (esa que se cuenta en años compuestos de meses, días, horas, minutos, segundos…), pero el sabia y comprendía mucho mas del mundo que yo y me parecía que sus años duraban mucho mas, lo suficiente como para aprender, entender y criticar al marxismo en un par de meses o escribir ensayos sobre las implicancias éticas de la experimentación con ratones (los abnegados héroes de la ciencia). Hablaba de Joyce, de Newton, de Kant, Marx, Foucault, Darwin, emprendió una crítica mordaz contra la retorica lacaniana que “travestía al sicoanálisis”, los crímenes de Ruanda, el fin de la guerra fría, el consumismo, Tel Aviv y su arquitectura Bauhaus, Unabomber…¿Unabomber?

¿Quién era Unabomber? Nada más ni nada menos que Ted Kaczynski, el artífice del recién estrenado primitivismo anarquista de Renato, un hombre de ciencias puras, exactas, precisas (pienso en la elegancia de las matemáticas y sus formulas) que renunció a la sociedad y a la vida de cátedra universitaria (o siquiera de cómoda disidencia política, esa que se practica desde la academia) y se aisló en una cabaña, todo un eremita de la vida moderna. Y desde ahí perpetro ataques con cartas-bomba para denunciar la estructura del capitalismo contemporáneo.

Mientras me hablaba de él, había en Renato el fulgor juvenil de las primeras lecturas sobre sicología animal, la certeza de que existe una verdad que es incuestionable, que se debe defender, que es en sí misma grandiosa, loable. Yo aun lo admiraba porque había una mordacidad verdadera en sus críticas, pero ya no sabía si seguirlo como en los años en que descubrí por imitarlo a la obra de Darwin, o temerle porque tamañas ideas ponían en tela de juicio a toda una historia tendiente a la civilización más que a la animalización. En ese momento percibí la conexión profunda entre Unabomber y la sicología animal. Había algo de místico en la idea del salvaje hedonista, una creencia confiada en la bondad de la naturaleza, en una sabiduría presunta proveniente de la tierra, de los bosques, en resumen, de la ausencia de cemento.

El grupillo de primitivistas de Renato fue tachado de ecologista por quienes necesitaban agrupar a la izquierda verde y así atacarla más fácilmente, y poco tiempo después Renato volvió a desaparecer con la bruma limeña de mediados de mayo. Durante un año no volví a saber nada de él, pero ahora era una desaparición verdadera. Ya no lo veía a lo lejos, saliendo de las clases de alumno libre que tomaba en la facultad de matemática, ni caminando por los pasillos del pabellón de filosofía, discutiendo airadamente con un heideggeriano confeso o con algún remanente existencialista extrapolado desde mayo del 68.

El no verlo trajo consecuencias nocivas para mi curiosidad intelectual. Me había estancado en los avances hacia la gran unificación de la física, y el derecho me había vuelto a absorber. ¿Sabría Renato algo de Derecho? Seguramente lo despreciaba pues en sus utopías (pienso en Tommasso Campanella y en Tomas Moro y yerro el camino otra vez, tal vez Renato pensaría en Asimov y en Aldous Huxley) la regulación de un levitan normativo era innecesarias pues la mejor ingeniera social es aquella imperceptible a los ojos de sus partes; y el derecho, con su capacidad de enforcement, con su poder judicial y sus jueces, con sus abogados y su doctrina, eran ridículamente visibles, hasta patéticos por la torpeza de su aparatosidad.

Tiempo después me vine a enterar de que Renato había estado en Estados Unidos
trabajando como indocumentado. Haciendo labores varias entre hacker y electricista en un barrio latino de New Jersey. No me explico cómo pero entre tantas dificultades para provocarse sustento, al parecer Renato había continuado con sus investigaciones pero ahora había puesto un mayor énfasis en la física, y más precisamente en la posibilidad de realizar viajes en el tiempo.

Otra vez un ratón era el personaje principal – el héroe trágico pienso - de un experimento que de funcionar revolucionaria nuestra comprensión del mundo tal como la relatividad einsteniana terminó con la predominancia de la mecánica de Newton.
El ratón recordaría – porque el aspecto de sicología animal no se había descuidado – el camino que lo llevaría fuera de el laberinto pero – y aquí estaba el ingrediente nuevo – sin aparentemente haber realizado el camino previamente ¿Cómo era esto posible? Pues porque el ratón ya había realizado la búsqueda de la salida en el futuro, y solo la estaba recordando.

Rápidamente opuse objeciones incuestionables al amigo que me contaba estas novedades de Renato. Le dije que los viajes en el tiempo hacia el futuro son imposibles porque se requiere moverse a una velocidad mayor de la de la luz, y que eso era imposible. Le dije que mientras los cuerpos se acercan más a dicha velocidad, aumenta su masa de manera apresurada y que se requiere cada vez más energía para impulsar a la masa en aumento. Terminé mi gloriosa argumentación – ahora recién reparo en la cobardía de hablar de estos temas con alguien que no entendía un ápice de cuestiones cosmológicas – señalando que para llegar a la velocidad de la luz se requiere una cantidad infinita de energía porque la aceleración aumenta la masa hasta el infinito, y que en ese punto, cuando uno llega a hablar de infinitos sale de la cancha la cosmología y entra la teología y que con todo el cariño y respeto que le tenía a Renato pero eso no es posible.
En respuesta solo recibí un “lo que quieras, pero él ha encontrado una forma, ¡y yo la he visto!”

No podía dar fe de ello, no podía creerle a este amigo. Renato debía haber usado algún truco de ilusionismo, o debía haber usado sus conocimientos de sicología animal de manera perversa para sorprender a su ensimismado espectador. Pero Renato Rodríguez, el que vi por última vez en Lima hace un poco más de un año, primitivista y autodidacta, no era un hombre que gozara luciéndose frente a los demás así que el experimento debía ser veraz, ¡Le había perdido el rastro a Renato!, otra vez el estaba un paso delante mío y necesitaba que me explicara el comportamiento del ratón que salía del laberinto sin haber estado nunca en el.

Rápidamente busque a quien me pudiera dar su correo electrónico o su número telefónico en New Jersey pero nadie en la ciudad parecía recordar a Renato Rodríguez, nadie, incluso sus ex compañeros primitivistas, o los jóvenes filósofos y matemáticos con los que discutía airadamente hace tan poco tiempo. Parecía como si el recuerdo de Renato se hubiera esfumado o borrado como consecuencia de una experiencia traumática en la memoria de sus interlocutores. Pienso en la acidez argumentativa acompañada de la sapiencia en la destrucción de las retoricas adversarias, pienso en Renato como un depredador de las ideas de la contraparte, todo ello debería generar el efecto de una experiencia traumática que es necesario borrar para preservar el orgullo y la autoestima propias. ¿Y porque a mí no me habían herido sus observaciones, criticas o actitudes despectivas? Porque yo nunca me creí un par de Renato, alguien a su nivel como para discutir sobre alguno de los tantos campos que Renato conocía con un incuestionable nivel de erudición. Yo aprendía de él, y por eso ahora necesitaba entender cómo demonios había hecho para lograr que un ratón viaje por el tiempo a la vez que recuerde el camino para salir del laberinto ¡Recordar!, esa magnífica función de la mente humana – y al parecer no solo de ella – tan importante cuando el amor ha terminado o uno se encuentra en el preludio de la muerte, con una vejez cada vez mas pertinaz e insolente.

Al no conseguir sus datos, una pena certera me asalto. Muchos de los misterios del mundo seguirían ocultos para mí mientras no recobrara a Renato de las ocho horas como hacker o electricista en el lugar menos primitivista del mundo: New Jersey. Y tome la decisión de ir a buscarlo aun con el abatimiento de saber que en un país con millones de migrantes ilegales, encontrar a un peruano de entre veinte y treinta años sería casi imposible, pero para auto complacerme pensé que mientras no llegara al infinito – y se mantuviera en remotas posibilidades -, todo estaría bien.

Avanzaron un par de meses de desesperación por conseguir el dinero necesario para ir a buscar a Renato, entre el final de mi carrera y el trabajo que me absorbían, y el mismo amigo que me había contado sobre su nuevo y magnifico experimento, me comento que Renato vendría al Perú para consagrar su gloria y lograr su beatificación científica. ¡Llegaría a Lima en unas semanas!

Luego, recuerdo que los meses que siguieron fueron intensos y desbocados, mi concepción del mundo, el tiempo y el espacio cambiaron radicalmente, pero mi comprensión de los mismos no mejoró, seguía absorto frente a las descripciones sobre el funcionamiento del todo. Aquí, en mi cuaderno de notas, que leo frente a Renato Rodríguez, PhD. En Física y filosofía, sicólogo y eventual electricista y hacker, dice que me convertí en su discípulo desde su llegada a Lima y que él me preparo con una dedicación extraña a su inconstancia y poca paciencia.

Leo esto antes de iniciar el último experimento previo a que se me revelen los misterios ocultos del universo, el mecanismo mecánico detrás de la belleza de las constelaciones de la noche. Sé que lo que leo ya lo viví, pero a la vez, se que aun no lo he vivido, provienen de un yo que no soy yo, un yo que ya pasó por esto, a quien el misterio ya le fue revelado, un yo que me antecede.

Antes de iniciar el experimento veo a Raúl y el fulgor en sus ojos, yo soy la cumbre de una vida dedicada a la ciencia, a la sicología animal y a la física teórica, yo soy el huidizo animalillo que él manipulo toda su vida, ejerciendo a lo lejos una atracción y fascinación enfermizas. El sabia que este día llegaría, yo soy la comprobación de su teoría ¡oh Renato, yo soy el ratón, yo soy el héroe magnánimo, abnegado y temeroso de la ciencia posmoderna que estas a punto de inaugurar, salud por eso!

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