lunes, 26 de diciembre de 2011

Novela (aún sin nombre)


I

El secreto de los sueños

De cómo Daniel recuerda el pasado


Daniel entro en la habitación llena de hombres con gesto grave. La mayoría de ellos pasaban los cincuenta años y vestían andrajosamente. El más viejo de todos sostenía una copia polvorienta y roída de La Dialéctica de la Naturaleza de Engels, y hablaba apasionadamente de la ciencia escondida detrás de las estructuras más elementales del mundo, de la dialéctica de la física, química, psicología y demás.
Daniel sintió el impulso repentino de contradecirlo y referir que ese mismo libro había perdido vigencia al momento de su publicación, muchos años después de la muerte de Engels. Pero entonces comprendió que esos retazos de historia eran lo único que daba sentido a los amargados días de la vida de aquellos hombres. Entonces pidió comenzar la reunión.

- Muy bien señores – dijo un hombre alto y grueso, de voz grave - Los he convocado porque debemos decidir las acciones a tomarse luego de las últimas medidas del gobierno.

El hombre se refería a la implementación de un nuevo programa de ajuste fiscal y reducción de los subsidios a productos agrícolas. Por un instante Daniel esbozo una sonrisa despreciativa, creía profundamente que esa incapacidad de la izquierda peruana de plantear propuestas los convertía precisamente en su némesis: en reaccionarios. Pensó en los grandes logros zurdos desde los setentas y solo encontró una serie de oposiciones a cualquier propuesta política, y que a pesar de que muchas de dichas oposiciones tuvieran un sustento realmente sólido, la mayoría no eran más que auténticas ganas de joder.

Pero si los despreciaba con tanto empeño ¿Por qué estaba ahí, Entre viejos zorros políticos que discutían sobre la correcta interpretación de algún antiguo libro soviético?

El abuelo de Daniel había sido dirigente de alguna de las tantas facciones o grupúsculos de izquierda en el Perú de los años sesenta en adelante. Aquel anciano que recordaba como un hombre bueno y de mirada apasionada había convivido en cuartuchos de madera con olor a cigarro con una fauna extravagante de socialistas, comunistas, anarquistas y primitivistas. De entre todos, su mejor amigo, Raúl era un músico amante de los Beatles que estaba ahí por el placer de sentirse un antisistema más que porque le interesara alguno de los temas que se debatían.

Precisamente Raúl había muerto en Cochabamba hacía dos meses y a la oficina de Daniel había llegado un sobre de su esposa, que contenía una carta en la que le pedía que la visitara en su casa de Potosí. Por un par de días Daniel olvidó el contenido de aquella carta, que daba la impresión de haber sido escrita hacía muchísimo tiempo. Devorado por los preparativos de su boda, Daniel había olvidado que la carta tenía una referencia a su abuelo, y se mencionaba que había algo que se le debía entregar a Daniel, y a nadie más que a él.

De pronto, el cuarto día después de recibida la carta Daniel tuvo un sueño extraño en el que su abuelo le hablaba de la revolución en las montañas y le pedía guardar un secreto. ¿Qué secreto era ese que su abuelo le había pedido guardar?

- Creo que debemos quitar el apoyo al gobierno, nosotros nos unimos a ellos pensando que era el inicio de una serie de cambios significativos. ¡Es cierto! – gritó otro hombre - lo que ha ocurrido es que se ha derechizado todo y ahora están gobernando para los ricos.

De pronto al unísono las cabezas asintieron resignadas y preparadas para reasumir su rol histórico de oposición. Había terminado el sueño del cambio.
Daniel quiso decir algo, explicar que había un sustento económico para las medidas del gobierno, y que era imposible mantener los subsidios con la difícil situación económica mundial pero calló. Por primera vez en muchos años su arrogancia había sido devorada por una humildad sobrecogedora. No sabía tanto del marxismo, leninismo o maoísmo como aquellos hombres, y por lo menos por hoy se dejaría embelesar por sus argumentos cargados de retórica y pasión fingida.

Su abuelo jamás había sido muy leninista o trotskista que digamos, y por ello se había ganado peleas con los militantes más ortodoxos. Había mucho de misticismo en el comunismo de su abuelo, como si más que creer en la ciencia social suprema, quisiera recobrar la utopía de las obras de Tomas Moro y de Tommasso Campanela. Más precisamente su abuelo admiraba al entonces dirigente albano Henver Hoxha. Daniel recordó los cientos de libros escritos en ruso, alemán y español sobre el líder de aquel país tan lejano.

“Matilde, debo hacer un viaje antes de poder casarnos. Necesitaré algunos días. No te preocupes por mí. Te quiero, Daniel”

La nota era corta y no tenía ningún dato relevante que llevara a Matilde detrás de Daniel, tal como él lo quería. Pero también quiso tener un poco más de inspiración, dejar en claro que a pesar de ser un tema trivial, había algo en su pecho que se apretujaba y que desde aquel sueño lo precipitaba vertiginosamente al silencio de una carretera vacía. Potosí estaba lejos y precisamente esa distancia física servía de metáfora a la distancia mental que necesitaba Daniel para comprender la certera magnitud de su preocupación. Recordaba que la escena de su niñez había ocurrido en verdad, y eso le irritaba ligeramente. ¿Por qué no recordaba que era lo que su abuelo le había dicho?

- Tengo una pregunta – increpó uno de los más jóvenes, con el ímpetu y falta de respeto propio de su edad núbil. ¿Adoptaremos una postura cobarde y solo enviaremos un comunicado que nadie leerá a los periódicos, o tomaremos acciones por nuestras propias manos?

- ¿Qué quieres decir con tomar acciones por nuestras propias manos? – Dijo el hombre alto que le había llamado la atención a Daniel al entrar en la habitación. Había algo en su mirada que lo llevaba a desconfiar de sus convicciones políticas, como si fuera otro el interés por acudir a aquellas tertulias banales.

- ¡Mírennos! – insistió el joven con vehemencia – hace tiempo que hemos dejado de querer la revolución. Pareciera que solo esperamos nuestras muertes pero que por inercia debemos oponernos a algo y salvar nuestras almas de la deshonra de amar al gobierno y a la mediocridad del país. Hace tiempo que no hemos intentado subvertir la realidad y construir la utopía.

En ese momento algunos rieron e hicieron comentarios de burla. Daniel en cambio pensó que no había escuchado algo tan cuerdo en mucho tiempo, que si recordaba algo de sus clases de filosofía de la universidad era la voluptuosidad de la conciencia proletaria, y la violencia con la que se emprendería la revolución. Pero aquel joven no era marxista, Daniel se enteró luego de que era un anarquista bastante de vanguardia. Mas precisamente su secta emprendía calurosos debates pues creía que luego de la abolición del estado opresor se debía volver a la vida primitiva y salvaje, cazando para sobrevivir, y viviendo en pequeñas aldeas.

El viaje le tomó a Daniel tres días por bus, y en algunos momentos se reprochó su falso entendimiento de la rebeldía. Si podía comprar un pasaje de avión ¿Por qué no lo había hecho? Tal vez pensó que podría leer y escribir durante las largas horas de camino, pero en su lugar tuvo que resignarse a ver las películas mediocres de Hollywood dobladas con voces inverosímiles. En muchas de ellas creyó reconocer gestitos y maneras de Matilde, como la posición de las manos al tomar el té, o la mirada triste de las despedidas.

Las constantes paradas se debían al pésimo estado de las carreteras del país y entonces el chofer dejaba que los pasajeros bajaran a estirar las piernas. En algunos de esos intervalos en el viaje, Daniel cogía el pequeño maletín de mano que tenía y se alejaba del bus como queriendo que lo abandonen; sin embargo, siempre se arrepentía porque el deseo de conocer finalmente el secreto de su abuelo lograba vencerlo.

II

Mi viejo el comunista


Querida Do:

Viejita, ¿Cómo estás? Yo llegue por la tarde a La Paz, tuve algunos problemas en las oficinas de migraciones y por eso mi viaje se retrasó. Estoy bastante cansado e imagino que mañana partiré recién de regreso hacia Puno.

No pude escribir antes porque no encontré donde conectarme a internet. Tengo las cosas de mi abuelo que me entrego la esposa de Don Raúl, ¿Te acuerdas de él? Era el viejito alto y delgado como una soga que llegaba a casa de vez en cuando para visitar a mi abuelo. Son cosas increíbles. Hay miles de pasquines revolucionarios y libros en ruso o alemán. También encontré muchos ensayos de mi abuelo y algunos otros recuerdos.

Pero no creas que él solo vivía de la política. También he encontrado las cartas que le escribía a mi abuela Carmen, y aunque no lo creas, parece que el abuelo tenia vena literario. Algunas de esas narraciones me han emocionado hasta las lágrimas, y me avergüenza el contártelo.

Sin embargo no son esas cosas las que más me han sorprendido sino un secreto cuyo destinatario era yo mismo. Creo que mi vida no ha sido la misma desde que me fue entregado, pero esa es otra historia.

¿Sabías que mi viejo fue arrestado tres veces en Bolivia por intentar pasar propaganda revolucionaria al sur del Perú? Las declaraciones policiales están en la pequeña caja que estoy enviando a Lima. En las fotos de aquellos años el viejo está flaco y barbón, y no puedo dejar de imaginarlo fumándose un puro y tomando un vaso de ron con esa gaseosa cubana de la que nos hablaba, como todas esas historias que nos contaba sobre su viaje a Cuba cuando éramos niños.

Quiero que se las muestres y que le entregues las cartas que mi abuelo le escribió durante esos años pero que jamás le entregó, creo que se alegrará de verlas y de recordar al “Papaiki”, como lo llamaban de cariño.

Yo voy a extender mi viaje por algunos meses, y tal vez pierda un poco el contacto con ustedes. Es una deuda que tengo con mi abuelo y me disculpo de antemano por no dar muchas explicaciones.

Muchos cariños a la familia.

Daniel


III

Daniel llega a Potosí


El bus arribó a la estación cuando comenzaba a amanecer. Había sido un viaje infernal y Daniel había vomitado tres veces. De pronto sintió como si todo hubiera valido la pena mientras comenzaban a ver a la ciudad debajo de ellos. Entonces cogió un cuaderno en el que apuntaba algunas cosas y escribió una frase al costado de un pequeño dibujo. Pensó en esos viajes familiares en los que habían recorrido el Perú cuando era niño, y en la sensación de inocente libertad que le daba abrir la ventana y escuchar las canciones que llevaba en un cassette de grandes éxitos. Sin saber muy bien cómo ni porqué Daniel comenzó a llorar por lo que tuvo que girar bruscamente su cuello y esconder la cara frente a la curiosa señora que viajaba a su costado. De pronto encendieron las luces del bus y la gente empezó a desperezarse a pesar de que algunos seguían profundamente dormidos.

Daniel solo tenía la dirección de la familia del señor Raúl en una libreta de los Simpsons pero como aún era muy temprano pensaba ir a un pequeño café y esperar ahí hasta una hora decente para recibir visitas.

Como solo tenía una pequeña maleta no le tomó demasiado tiempo salir del terminal y dirigirse a la puerta. Tomó un taxi pero luego se arrepintió y tuvo que fingir que estiraba los músculos frente al chofer, entonces cruzó la acera y paró al colectivo que lo llevaría al centro de la ciudad.

Llovía persistentemente y las llantas del vehículo chillaban cada vez que tenía que girar en alguna calle. Dentro, los pasajeros miraban distraídos las aun vacías calles, y algunos dormitaban mientras de fondo se escuchaba alguna saya de moda. Daniel pensó en Matilde y en todo el dolor que le habría causado su repentina decisión de escapar de Lima, y por un momento sintió remordimiento.

Si el amor consistía en la capacidad de sentir empatía por los sentimientos de la otra persona, por primera en su vida Daniel estaba dispuesto a aceptar que estaba enamorado, pero antes de aceptarlo se detuvo a sí mismo y se obligó a mirar por la ventana la gran montaña que presidía a la bella ciudad. Entonces pidió que detuvieran el bus y le entregó un billete de diez bolivianos al chofer. No esperó el cambio y bajó.

Entonces sintió el frio de la lluvia y el viento, y a lo lejos pudo percibir el ligero olor del pan recién horneado. Quiso sentarse bajo la lluvia y mojarse en el pequeño parque en el que estaba, pero a pesar de su deseo se retuvo pensando en la vergüenza que suponía que pensaran que era un loco o una persona muy tonta. Entonces recorrió un par de cuadras cuesta arriba y entró a una pequeña tiendecita que comenzaba a abrir sus puertas. En ese momento volvió a sacar la libreta de direcciones y notó que una gota había caído en la página marcada, y que la tinta estaba ligeramente difuminada. Por un instante creció en él la cólera de un niño cuando destruyen uno de sus dibujos pero luego se dio cuenta de que la dirección algún era legible: La Plata 378.

martes, 6 de diciembre de 2011

Kundera


"Esta parte de la historia podría servir de parábola sobre la fuerza de la belleza. El señor Zaturecky, cuando vio por primera vez a Klara en mi casa, se quedó tan deslumbrado que en realidad no la vio. La belleza formó ante ella una especie de cortina impenetrable. Una cortina de luz tras la cual estaba escondida como si fuera un velo."

El libro de los amores ridículos.

jueves, 1 de diciembre de 2011

El burócrata entendido como escoria


No me voy a conformar. Si nací en un país de mierda, como de hecho lo es, eso no es pretexto para quedarme paralizado y mimetizarme con la hediondez a mis alrededores. Yo soy mucho más que lo que me rodea y parte de mi misión es hacer algo por que todo mejore. Porque te han vendido la falsa y puta idea de que todos somos así – la peruanidad la llaman - , de que es el sistema, que es irremediable. Eso no es cierto, porque somos cientos, miles, millones los que estamos hartos de cómo funcionan las cosas, con corrupción y componendas, y no nos vamos a conformar. Porque nos llega al pincho el inmovilismo traducido en conservadurismo y espíritu mercantilista, porque si no entendemos al individuo antes que el poder, perdón, si el “sistema” no lo entiende, pues tendremos que hacérselo entender nosotros (con la potencia de un grito salvaje y reprimido). Ya estoy harto de que me traten con dadivas y favores, que me digan que todo va a mejorar o de que lo que se necesita es tender puentes de dialogo. Se necesita que entiendas de una maldita vez que tu lugar como burócrata no es servir a ningún etéreo o inexistente “interés público” o “bien común”. Tu labor es servirme a mí que te miro con infinito desprecio, y a él, él, a ella, a ella, y a cada uno – perfectamente individualizado – de quienes llenamos tu despacho. No te tengo que agradecer nada, más bien tu deberías lamer mis zapatos por permitirte reptar un trabajo con mis impuestos. Si el Perú hoy, ahora, no entiende eso está destinado al fracaso. ¡Reacciona mierda!