lunes, 27 de junio de 2011

Valium


Son las 9 de la mañana y debe ser un día muy frio. En el sol ya no se puede confiar para adivinar el inicio del día porque en Lima nunca sale en invierno. Salvo el invierno en el que la conocí. Pero esta es otra historia, no de amor sino de Valium.

Abro con mucho esfuerzo los ojos y veo un gnomo histérico que me mira sonriendo y con un chipote chillón en las pequeñas y regordetas manos. Pienso que los gnomos son grotescos pues sus facciones no son propias de sus pequeños tamaños, pero aun así siguen siendo el aditamento de jardín más vendido alrededor del mundo. Pienso en el gnomo de la película Amelie y en sus viajes ficticios alrededor del mundo. El mío no viaja, solo esta con cara de exceso de cafeína parado mirándome fijamente a los ojos toda la noche, mientras la maldita pastilla me va haciendo efecto y llevándome a un sueño pesado a la fuerza.

Me intento levantar pero mis piernas aun no responden así que decido estirarme un poco, y entonces, el proyecto de un par de estirones antes de pararme e irme a bañar se convierte en unos quince minutos de acrobáticos estiramientos y movimientos de contorsionista que no podré repetir en todo el día sin desgarrarme un musculo. Puta madre, cada vez soy más perezoso y me demoro más en levantarme. En el colegio mi viejo me despertaba con la precisión de un reloj suizo recién afinado a las 6.25 de la mañana, y yo debía suponer que los últimos cinco minutos eran de regalo por mi buen comportamiento. Reconozco que profesaba por el un visceral odio que duraba una hora y veinte minutos, pero que después lo perdonaba, y para ser sinceros, el redimía sus pecados comprándome algún pequeño juguete o llevándome a pasear en el auto.

Ya me levante y estoy parado en medio de mi habitación. Por un exabrupto del que ahora me arrepiento patee al indefenso – pero aun así hijoeputa – gnomo y cayó al piso quebrándosele el sombrero. Pienso que los símbolos de poder fálico de los gnomos han de ser sus sombreros, tan grandes, erectos y verdosos. No solo gana el pequeñín con el sombrero más vistoso sino el que tiene el más grande, quien sonríe con la seguridad de un macho alfa.

La ciudad se ve distorsionada allá afuera. Ya pasó la hora punta en la avenida así que mientras dormía debían sucederse sonidos de claxon de lo más bizarros y todas las tonalidades de voces de cobrador posible, porque si hay algo que vence las barreras del tiempo y la distancia son las sepulcrales y espeluznantes voces de los cobradores. Pero no vencen mi sueño artificial.

Recuerdo haber sentido mucho miedo mientras dormía pero ahora no recuerdo porque. Debe haber sido la pesadilla recurrente que tengo desde hace muchos años y de la cual solo recuerdo el abrupto final desde 11 centésimas de segundo antes que todo termine, eso me ha llevado a coleccionar libros de lo más selecto de la doctrina interpretativa de sueños. Desde “1000 sueños recurrentes” hasta “El significado oculto de sus sueños”. Con el inicio del insomnio me convertí también en consumista voraz de las novedades al respecto en las librerías de la ciudad. Por primera vez en mi vida podía decirse que era un consumista de algo, de libros sobre sueños.

Hoy la puerta de mi habitación está más lejos que de costumbre y me cuesta sobremanera llegar a ella esquivando los restos de la virilidad destrozada del gnomo que aun así sonríe en el piso. Olvido que mi pequeño escritorio estaba en el camino hacia la puerta y golpeo sus patas con mi pie descalzo y frío

- ¡aaaaau!, puta maaaadre

Lo próximo que digo no tiene valor literario ni lingüístico alguno y corresponde a una serie infinita de diatribas en contra de Jesús, María, Mahoma, Buda y el presidente del Perú, Chile, EEUU, Alemania y Tayiquistán, además de una empresa llamada “Easy house” que, al parecer, tiene una planta de fabricación de muebles desarmables en Taiwán. Malditos taiwaneses pienso, debería venir la enorme y mítica China revolucionaria y arrasarlos en una batalla para recuperar sus dominios (llena de dragones y ataques de anime). Luego del dolor me persigno, Dios es bueno y dije cosas malas, y en verdad me caen bien los taiwaneses, en especial cuando construyen edificios de gran altura en sus ciudades y cuando fabrican muebles prácticos y durables.

Mama me llama desde su congreso de finanzas en Madrid y me pregunta por María. Le digo que no sé nada de ella desde hace tres meses y que lo último que tengo es una carta en la que me explica muchas cosas que aun no entiendo y que por ahora no me interesa entender. En ese punto recuerdo el último día en el que vi al sol en invierno y me veo con mucho frio sentado frente al mar viendo los autos en una hilera desordenada a lo largo de la costa verde. Y veo a María al costado con los ojos cerrados y sonriendo, no recuerdo más.

Le digo a mama que no olvide confirmar la reserva de su vuelo de vuelta y que yo los visitare en Miami el próximo año cuando termine cosas del trabajo. Ella me pregunta si estoy enfermo y le digo que no, que mi estupidez transitoria es producto del bendito-maldito Valium, que ella sabe que me despierto desorientado y que me toma unos 8 o 10 minutos el tomar plena conciencia y comenzar en serio mis días. Me arrepiento de haber dicho eso. Comenzar mis días suena cliché y banal. Uno no comienza nada después de nacer, solo continua y lo hace así hasta que muere. ¿O acaso uno comienza a morir el día en que muere? No lo creo, uno simplemente termina de vivir. Así que no hay tal cosa como comenzar mi día.

Mama se ríe de lo último que le digo y me aconseja dejar de pensar en boludeces e irme a bañar. Cuelgo el teléfono y voy por un té a la cocina. Miro la ventana y un sol incipiente comienza a alumbrar la avenida y yo recuerdo otra vez el día de invierno con sol del pasado mítico. Entonces tocan el timbre de la puerta y yo sé quién es, porque ella solo regresa los días de invierno en los que sale el sol, y este es uno de ellos.

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