Átale, demoníaco Caín, o me delata.
Julio Cortazar.
En número capicúa no es más que una especie de palíndromo. La afición de Daniel por ellos comenzó a su ingreso a la universidad Católica, cuando un reto para los cachimbos del primer ciclo incluía presentar un boleto de bus con un numero capicúa. Magdalena, la delegada del salón de cachimbos había resuelto el problema escaneando con destreza uno de los boletos del bus que recorre toda la avenida Arequipa y llega hasta el parque Kennedy en Miraflores, y colocándole una serie de números que, en su composición, formaban un capicúa, 517715.
Aun años después Daniel recordaba dicha combinación con demasiada insistencia. Trataba de reconocer un plan secreto de Magdalena detrás de esa aparente elección azarosa de cifras. Tal vez había estructurado un complejo juego de simbolismos que deparaban placeres intelectuales sin igual a quien los descubriera. Tal vez y la respuesta a todos los secretos de la vida y la muerte se encontraba en ese muestreo aleatorio de cifras. O tal vez no, de hecho eso era lo más probable.
Pronto Daniel amplió sus objetos de investigación y ahora buscaba clasificar a los capicúas en distintas especies y jerarquías. Le atraían de manera especial aquellos en los que se repetían las cifras varias veces para la conformación final. De entre ellos le gustaba el 999 porque le parecía un satanismo velado por el juego del espejo.
Pronto los números resultaron insuficientes y era necesario encontrar nuevas e infinitas formas de expresión con las palabras. Daniel discutió con Augusto, un buen amigo que estudiaba literatura, sobre la posibilidad de construir narraciones palíndromas con un valor literario respetable. Augusto discrepaba, para él el valor de la escritura se encontraba no tanto en el artificio estructural escogido sino en el contenido, pero para Daniel ambos conceptos se encontraban indisolublemente entrelazados de tal manera que construir un cuento palíndromo era un imperativo de estética literaria.
Daniel pensó en expandir los límites del lenguaje llevándolo hasta el borde del absurdo. Ideó narraciones secretas escondidas en una lectura que solo considere una cada cuatro o cinco palabras, de tal manera que haciendo esto se llegue a una historia con un final completamente distinto al de la misma leída de manera simple.
Pensó en cuentos que pueden ser sometidos a relaciones de copropiedad porque contienen en realidad una serie duplicada de narraciones, unas en la primera mitad de cada hoja y otras en la mitad inferior, además de la narración leída de manera tradicional en toda la hoja. Pensaba que de esa manera el literato hacia una deferencia para con su público al regalarle en realidad tres cuentos en donde solo debía haber uno. Por supuesto, todos estos eran juegos de finura. Jamás Daniel se atrevería a revelar las estructuras secretas de sus narraciones a los novatos.
Cuando conoció a Matilde encontró en ella a la admiradora soñada de sus pretensiones literarias. Ella misma había desarrollado una afición escurridiza por los números capicúas, de tal manera que sostenía en su memoria, con todas sus fuerzas, el recuerdo de indescriptible felicidad de la primera vez que recibió un boleto capicúa en los enormes y viejos buses que recorrían toda la avenida Brasil cuando era niña, 617716.
Pero había algo que a ella le disgustaba de los capicúas de seis cifras de los boletos de autobús, y era la necesaria repetición de la cifra central, 77 en el caso de su primer capicúa y que solo desaparecía con aquellos impares que no existían en el transporte público. Le parecía un rasgo tosco y que hacia demasiado evidente el juego de la vista para identificar a los capicúas.
Por esa misma razón despreciaba la facilidad de los capicúas compuestos por 8 y 0, porque era simple la lectura e identificación de las cifras. Prefería aquellos números con algún 7 o 9. Y de entre todos los números, definitivamente el 9 era su favorito. No es cierto, el 9/6 era su favorito porque era un número de identidad andrógina e indefinida, sexualmente 9 pero con la posibilidad de desempeñar un rol de género como 6 y viceversa.
Matilde no encontraba mayor placer en otro tipo de palíndromos. Cuando Daniel le hablo de aquel que construyo Julio Cortázar alguna vez, ella rápidamente paso a otro tema relacionado a la arquitectura secreta de las estructuras numéricas.
Y es que ella admiraba a las ecuaciones por su poder simbólico más que por su reto intelectual. Solía navegar por internet para buscar ecuaciones retorcidas de belleza indiscutible.
La arquitectura secreta del tiempo debía depararles una vida juntos, compartiendo la afición por el ejercicio de ir y volver y leer lo mismo, interpretar lo mismo o entender lo mismo. Y es por eso que en la muerte de Daniel, busco Matilde una vuelta a los primeros instantes, algún detalle se le debía haber pasado por alto y por eso no pudo predecir el día, hora y lugar de la muerte de Daniel y poder despedirse.
Cuando el teléfono sonó y le dijeron que Daniel había sufrido un paro cardiaco en el tribunal en el que trabajaba, Matilde sintió un horror profundo producto de no poder describir y antelarse a los juegos del tiempo que debían ser como los números capicúas.
Reviso las cartas juveniles que le enviaba Daniel, todas con originales juegos narrativos que terminaban en el punto de inicio pero en ninguno se hacía referencia a la antelación de los sucesos futuros. Daniel, tanto como ella, a pesar de tantos esfuerzos no había podido llegar a una solución sobre la pregunta crucial de todo número capicúa.
Pero mientras iba a la casa de la hermana de Daniel, tanto tiempo después subida en un autobús por su estado nervioso crispado, notó que el boleto de la ruta que iba desde Miraflores hacia Lince por la avenida Arequipa tenía el número 517715. Por supuesto, esto no la sorprendió porque para ella este número, a pesar de ser un simple capicúa, no representaba nada más.
¿de derecha o izquierda?
Hace 13 años
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