domingo, 27 de noviembre de 2011

Paz perpetua


Eres extraña en muchos sentidos. Sabes cosas de la vida que solo se pueden saber con intuición, que no están en los libros de física, química o filosofía. Eres calma para quienes viven en un lienzo caótico de colores berrinchudos. Eres la paz del mundo que se desboca en sí mismo, eres millones de millones de contradicciones que conviven en un pequeño cuerpo. Eres el último bastión de la intimidad negada, la de la voz bajita. Tienes esa mirada que da certeza y calma corazones y es que en el fondo definirla es casi imposible. Se pueden usar metáforas por supuesto, y decir que aparentan ser dos profundidades abisinias escondidas en el fondo de una fosa oceánica, o podríamos cambiar las variables y decir que en el fondo tus ojitos esconden galaxias enteras en sus profundidades. Eres el cuento de un domingo de la abuela en el almuerzo, una narración exótica de madre a hijo, eres la tristeza y la alegría de mis días. No sé si lo percibes pero el tiempo se ha dilatado, una vida enorme reptando el mundo no tiene comparación con un día descubriendo tus contradicciones y certezas. Esta no es una carta ni un homenaje, pretende ser una descripción desordenada de variables aleatorias, eres una caricia maternal el día antes del final, eres todo y no eres nada, eres la promesa de un futuro y los temores de que aquel no exista. No eres cualquier paz, eres mi paz perpetua.

miércoles, 23 de noviembre de 2011

La utopía



Thomas Nagel propone la construcción de bases morales para la filosofía política basadas en el acto realista de desterrar la utopía para no pedir demasiado del altruismo humano. Desterrar la utopía. Solo pienso en una reacción a semejante sentencia, una sola de entre las muchas que significarían airados gritos desgarrados de furia infinita hacia Nagel. Pienso en Tomasso Campanella y en su “Ciudad del sol”, en la exigencia ética de altruismo y la construcción de la utopía. No me importa el contenido de la misma, me interesa la subversión simbólica en su contenido, el acto mismo de la escisión del sujeto observante en el crítico de la realidad y el que proyecta la potencia al universo paralelo. No creo que Campanella creyera en el potencial de devenir, de hacerse-ahí de su utopía, pienso en la molesta exigencia moral que la misma “en sí” misma significaba.

La primera vez que tuve entre mis manos el pequeño libro de Campanella lo comencé a hojear y me decepcionó la decreciente voluntad de leerlo a medida que saltaba palabras. Me achacaba a mí mismo la inconstancia de no haber entrado si quiera en la estructura lógica de la subversión que tenía entre manos, me achacaba el hecho de que muchos hubieran pasado antes que yo por ese pequeño librillo y lo hubiesen devorado desde el preciso instante en que se lo entregaba un bibliotecario desinteresado. Pensé en jóvenes que tropezaban con transeúntes por las calles mientras sus ojos fulguraban con la luz de la utopía que en sus páginas se construía. Pensé en los más audaces – ¡oh, los más audaces!, también y con seguridad los más obstinados – quienes ya estarían realizando vínculos con los diálogos platónicos y proyectaban sus próximas intervenciones en las clases de filosofía para cuestionar el sesgo de poder en la lectura del docente de la Republica, el Fedro o algún otro dialogo. ¿Por qué me habla usted del mito de la Caverna como símil epistemológico? Recupere usted la violencia de la obra política platónica, recuerde la utopía.

Pero entonces me obligué a mí mismo a terminar con aquel libro que tenía entre manos, y en efecto, la utopía penetro las conexiones neuronales e impregnó mi reflexión intelectual durante semanas y meses. ¿Era acaso la transgresión utópica la respuesta a la mediocridad de las exigencias morales de la nueva política liquida (Bauman)? ¿Era acaso la utopia la piedra filosofal de la teoría del todo que con belleza literaria había ironizado Pola Oloixarac en “Las teorías salvajes” (por demás manifiesto hipster de globalización universitaria)?
Pensé en los límites y peligros de la utopía. Y de pronto imagine las miles de vidas que no eran vividas en la mediocridad cotidiana. Si Nietzsche había matado a Dios, con el sadismo de la lógica pulsiva, no era para adormilarse en las estructuras de las estructuras de las estructuras sino para subvertir todo lo demás. Humanizar al hombre, desmesurar su lugar en el tiempo y el espacio y llevarlo a sus malditos límites. La utopía entonces ya no aparecía como el problema de Nagel sino como la posibilidad del dejar-todo-ahí.

Imagine a tía Zarzamora escapando de la casa del Cusco un domingo por la noche para enrolarse con los terrucos. La utopía, la maldita y puta utopía. A mi abuelo llorando a solas porque sabía que él hubiera hecho lo mismo pero que por tratarse de su hija había que maldecir al maldito comunismo-marxismo-leninismo. La utopía acrítica de los veinteañeros. La furia de los párrafos que se hacen versos para quien tiene por primera vez la potencia de la teoría política. Y entonces llega el punto en el que de nuestras vidas se desprende que la teoría ya no sirve más como utopía, que debe hacerse algo con ella si no queremos vivir de la frustración de la potencia regulatoria de la masturbación mental.

Entonces décadas después estaba yo a la salida de la biblioteca con el libro de Campanella a la mano. Pensando la utopía en términos de mercado, como la potencia de la comodidad de la vida de la que ya no se cuestionan los presupuestos. La utopía había dejado de lado su metáfora disruptiva para hacerse la pequeña personilla que se dirigía hacia mí, las manos me comenzaban a temblar. Era ella, utopía, transgresión política y pulsión primaria, mucho más cercana a la musa del Canzoniere de Petrarca. Entonces cerré el libro y lo guardé en la mochila.

Life as intellectual war


“Pese a la dislocación del sujeto que el texto lleva a cabo, hay una persona aquí: asistí a muchas reuniones, bares y marchas, y vi muchos tipos de géneros; entendí que yo misma estaba en la encrucijada de algunos de ellos, y me topé con la sexualidad en varios de sus bordes culturales. Conocí a muchas personas que estaban tratando de definir su camino en medio de un importante movimiento en favor del reconocimiento y la libertad sexuales, y sentí el júbilo y la frustración que conlleva formar parte de ese movimiento tanto en su lado esperanzador como en su disensión interna.”


Judith Butler.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Pastafarismo después de un año




Hace aproximadamente un año escribí un pequeño artículo sobre la importancia de la educación para la formación de ciudadanos críticos en el contexto de la democracia para la revista TXT. Para él, usé como ejemplo el debate que se produjo en Estados Unidos a propósito del debate entre creacionistas científicos – los voy a llamar tal como ellos se autodefinen, teóricos del Diseño inteligente – y aquellos que utilizan el método científico con rigor para plantear la imposibilidad de utilizar a Dios como una variable relevante para explicar la evolución.
Lo que intentaba demostrar en aquella ocasión era lo que de ideología tiene cualquier modelo educativo. En el fondo proponía que lo importante era dotar a los estudiantes de las herramientas necesarias para que sean ellos los que decidan en que creer, o de que convencerse.
Esa tesis sigue teniendo para mí la contundencia que tenía en ese entonces. Sin embargo, creo que fui injusto en el tratamiento que di a la teoría del Diseño inteligente en aquella oportunidad. Y ello partía de un error conceptual con trasfondo ideológico. Como muchos, mi formación estaba impregnada de escepticismo metodológico, y el enemigo natural de esta forma de pensar es, en países como el Perú (tan religiosos), la fe cristiana.
Entonces adhería a un darwinismo que ahora reconozco poco meditado. Porque no percibía la ideología detrás de la neutralidad de los términos científicos con los que se expresaban los neodarwinistas. Sin embargo mi postura no ha cambiado a una que adhiera a la teoría del diseño inteligente. Creo que es un facilismo explicar lo que no podemos explicar otorgándole una variable que escapa a la ciencia. El diseño inteligente tiene el gran problema – en sus versiones más pseudocientíficas – de reducir todo a una falacia: como no puedo explicar el porqué de toda mi crítica, la remito a un gran diseñador, cúmulo inexpugnable de eso que no puedo explicar.
Pero más allá de esta versión más bien grosera del diseño inteligente, la que con agudeza y humor atacaba Bobby Henderson y el “Pastafarismo”, hay una crítica consistente y repetitiva que desnuda las falencias del evolucionismo darwiniano y que goza de respeto en la comunidad cientifica.
Voy a resumir tres problemas identificados por Luis María Gonzalo, y que remiten a críticas formuladas por William Demski y Michael Behe:
1. Laguna de los pasos intermedios entre dos especies, que Gonzalo ilustra citando a David Kitts cuando señala que “La evolución requiere formas intermedias y la paleontología no las proporciona” . Lo que subyace en esta crítica al evolucionismo clásico es una divergencia entre los cambios que ocurren a nivel microevolutivo y los grandes cambios que suponen las nuevas especies.
2. La selección natural y el azar, por si solos no explican ni la evolución ni el origen de la vida. Para esta crítica, los escépticos del evolucionismo se valen de probabilidades matemáticas de contundencia irrebatible: el proceso ensayo-error necesario para desembocar en nuestra actual configuración evolutiva habría tomado mucho más tiempo del que tomó. Las estadísticas son contundentes.
3. El problema de la Aparicio del Homo rationalis. Aquí se reseña el asombro de la comunidad científica frente al fenómeno de la inteligencia. Parte de la respuesta a este problema debería explicar la paradoja de que el homo neanderthalensis tenía una capacidad de 1600 cc., mientras que el sapiens sapiens solo de 1400 cc., y aún así el que sobrevivió a la evolución y hay puebla la tierra es el segundo (creo que aquí hay variables alternativas que explicarían muy bien el problema como porcentaje de materia gris del cerebro, especialización de las células nerviosas, etc.)
4. El origen del hombre y el principio antrópico. Esta crítica suele formularse en términos muy parecidos a los de la segunda crítica. Las probabilidades matemáticas de que se genere un universo idóneo para la aparición de vida inteligente son tan altas que hacen sospechar que un simple proceso mecánico sea el responsable de la evolución.
Este es un debate que no está zanjado como solía creerlo, pero en todo caso solo refuerza el punto de lo que escribí en aquella ocasión. Solo conocer las posturas encontradas y acercarse a sus argumentos nos brinda la capacidad de elegir y convencernos. Por supuesto, cualquier postura tenderá a ser transitoria pues el proceso de aprendizaje es continuo.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Amigos del colegio




Renato detesta contar historias, es una manía compulsiva que lo paraliza, que no le permite hablar de su pasado, ni de lo que siente, ni de nada. Bueno, también se traslada a su trayectoria académica. Puedo decir que es brillante, o que al menos lo era, antes de perder la cordura.

Se mudó hace 2 años a Lima y desde entonces solo lo seguí a través de una peculiar serie de sucesos. Yo trabajaba ya hace mucho en la ciudad, tenía un buen empleo y la verdad es que no me interesaba volver a Puno.

Creo que nos vimos un par de veces. Renato había alquilado un departamento en el Callao, frente al puerto. Más que un departamento lo suyo era un piso entero mohoso y húmedo, donde la madera crujía a cada paso. La verdad es que hacia un frio de mierda y el olor a mar era pertinaz, se abrazaba de nuestro olfato y no lo soltaba hasta ya estar muy lejos.

Renato había llegado a trabajar como profesor de matemáticas en una academia pre universitaria y en sus tiempos libres se dedicaba a caminar por el malecón y tomar fotografías. Las suyas eran más bien extrañas. No había belleza en sus encuadres, pero si profundidad, como si lo que estuviera retratado en sus composiciones fueran historias intrincadas y dolorosas.

Un tiempo después dejé de verlo. Le perdí el rastro porque cambio de número de teléfono. Era una de esas amistades descontextualizadas. Yo ahora tenía un buen trabajo, era un joven abogado que progresaba en el aburguesado estándar de la buena vida limeña. Él en cambio era un paria, el huevon del cole que vivía frente al mar en un piso tétrico.

La cosa es que por azares de la vida tuve que hacer unos trámites en la comisaria del Callao. Un abogado viejo del estudio había abaleado a un pandillero en el Callao. El viejo de mierda estaba borracho y había creído que el pobre pastrulo le quería robar. De pronto saco la pistola que llevaba en el cinto y disparó con una precisión poco usual para un decrepito con Parkinson como él. Como sea le reventó el cráneo. Los pedazos de hueso, sesos, sangre y carne estaban reventados contra la pared detrás de la escena. Mi trabajo era borrar los rastros, hablar con la policía, invisibilizar el hecho. Ningún abogado importante de un estudio importante había matado a nadie. Ningún amigo cercano del ministro de justicia y del presidente iba al Callao a conseguir drogas y se le había pasado la mano. No, eso no era cierto.

Entre los papeles de la comisaria encontré varias querellas y denuncias contra Renato. En una de ellas denunciaba que estaban robando su casa. Que dejaba cosas en un lugar determinado y que cuando volvía en la mañana no las encontraba o que simplemente estaban en otro lugar. Sonreí. Era lo que faltaba. El cabron de Renato había terminado de enloquecer y ahora deambulaba por las calles golpeando gente y haciendo denuncias. Caminé casi por inercia a su casa y sin recordarlo muy bien llegue a estar sentado en un maloliente sillón, con un vaso de cerveza en la mano y un pan recién horneado con mantequilla.

- Huevon no estoy loco. Me están robando, pero luego me devuelven las cosas.
- Siempre has tenido una mala memoria, estas olvidando donde las dejas las, eso es todo.
- Por las noches escucho ruidos y siento que me miran. Como si se escabulleran en mis sabanas y me miraran toda la noche, casi siento su respiración.
- ¿De quién?
- De él o la hija de puta que me roba cosas. Debe estar enfermo…
- Es hora de irme, busca un trabajo. Estas hecho mierda, flaco, barbón, loco.

Salí de su piso y me fui de ahí fumando, el Callao era uno de los pocos lugares con anarquía apacible que quedaban en Lima. Uno podía hacer lo que le venía en gana, desde matar fumones hasta desaparecer del mundo, y de tanta anarquía uno se quedaba paralizado. Cuando se sabe que uno tiene tanta libertad desaparece la pulsión de transgredir, y entonces la madera del puerto se enmohece y escuchas las conversaciones de las casas de La Punta toda la tarde, y puedes fumar uno, dos, tres, dos cajetillas de cigarrillos sin adquirir noción alguna del tiempo.

Renato compró cámaras para su piso y me llamó para que lo ayudara a colocarlas. Matilde me advirtió de que me alejara de ese amigo extraño que tenía, en el fondo sus temores se fundían con el desprecio, cuando uno progresa no puede quedar rastro de la vida sucia, de los bares al frente de la universidad ni de los amigos extraños. Aun así ayudé a Renato. Tenía unas ojeras enormes y me hablaba de sus sueños estas últimas semanas. Sentía que le susurraban cosas al oído en las noches, que lo masturbaban y lamian mientras él no se podía mover. Por un segundo imagine un espectro cachondo que quería follárselo pero que había olvidado su ausencia de sexo, ya era etéreo. Las almas no tiran, no pueden hacerlo…

Comimos en una cevichería sucia cerca del muelle, nos quedamos hasta las seis de la tarde tomando cerveza y hablando de los amigos de Puno. Muchos de ellos seguían allá, habían anclado sus vidas y seguro les iba bien. Ni yo ni Renato los veíamos hace mucho tiempo. Recordamos los millones de mataperradas de la adolescencia y nos cagamos de risa. Renato no estaba loco, solo que su vida era una mierda. Como pudo ser la mía en un tiempo y como la de miles, millones de limeños.

Volví a casa ligeramente ebrio, Matilde se había ido a una reunión con amigas. Me senté en el respaldar de la cama y me quede dormido. Soñé miles de cosas, soñé que un tsunami en el lago ahogaba a todas las personas que conocí en esos años, vi como mi casa se destruía e imagine ser el único superviviente. Casi sentí el mismo olor mohoso en la ciudad derruida, y de vez en cuando reconocí algún cadáver con los ojos abiertos y los huesos destruidos por la fuerza de la embestida. Soñé con los que escapamos, en nuestras batallas por ser nosotros mismos.

Al final estaba yo frente a un espejo y simplemente no reconocía esos gestos, detestaba al imbécil que se miraba con una sonrisa altiva pero a la vez sentía cada músculo de ese rostro, sentía la presión exacta que conforma esa sonrisa falsa. Y desperté.

Por la tarde volví al piso de Renato pero no había nadie, deambule por las calles y aproveche para preguntar cómo iba el asunto del socio del Estudio. Unas dos cuadras antes de llegar vi a Renato. Estaba pálido. Lo acompañe al piso y encendió su viejo televisor, conectó un aparatejo arcaico a la pantalla y vi las grabaciones sucias, borrosas de las cámaras que instalamos hacía unos días.

De pronto la vi. Era una mujercilla delgada y pálida. Salía de una falsa puertita en el piso de la sala de Renato. Estaba descalza. Tenía unos gestos extraños, solo miraba el piso durante varios minutos. Luego se acercaba a la mesa de la sala y cogía las llaves, las miraba durante un rato y las guardaba. Luego abría la refrigeradora y tragaba con voracidad unas galletas que Renato había dejado hacía más de una semana. Sentí vértigo, mis piernas comenzaron a temblar. Ella se dirigía a la habitación.
Si se ensayaba precisión para escuchar, podías percibir el crujido de la madera y los sonidos de los perros de la calle en una pelea por el liderazgo o por comida. La mujercita se sobresaltaba por la bulla allá afuera y se acercaba a la ventana, luego seguía su camino. Ahí teníamos un punto ciego, no sabemos que más paso esa noche salvo dos horas después cuando la mujercilla regresaba a su hueco en el piso y amanecía una hora después.