Rebeca se despertó sin reconocer la cama en la que estaba echada. Sentía su cuerpo liviano y no podía concentrar la mirada en un punto. Veía luces multicolores dar vueltas infinitas en rutas elípticas y tenía mucha sed. Cuando se intentó levantar toco una espalda fría y blanca como leche. Tenía un hermoso tatuaje oriental con una casa como las de las películas y las de los animes. Era un hombre joven de barba incipiente, dormía profundamente y olía a whisky.
Ella se levantó con delicadeza y recorrió la casa esquivando la cerveza y el whisky derramados. Podía oír gemidos que venían de las decenas de habitaciones de la enorme casa, y escuchaba la cercanía de la música de ritmo frenético, machacando su cabeza. Quería escapar o al menos saber en dónde estaba.
Tomo la casaquilla de Matilda que tenía el maquillaje corrido y los ojos tan negros y hermosos. Su piel era delicada y hermosa y por un instante quiso lamerla, besarla y dormir a su lado, pero un miedo extraño la empujó a seguir su camino. Marchó a tientas entre cuerpos desvanecidos en el piso y parejas que jadeaban a cada instante. En el baño sintió un olor fuertísimo y quiso volver a la sensación de cuando despertó, la sensación de flotar sin recuerdos, sin saber que era ella, Rebeca.
De pronto la tomaron de la mano y la empujaron a una esquina al lado de una ventana. Por fin pudo ver el centro del mundo esta noche, allá abajo. Todos saltaban alrededor de un hombre de pelo largo rojizo y barba profusa. El muchacho que la había empujado tenía aspecto afeminado y un piercing en los labios. Le puso una pastilla rosada en la mano y la empujo a su boca e intentó besarla. Rebeca lo separó y tomo un vaso de agua que alguien había dejado. Rápidamente paso la pastilla con una mezcla extraña de alcohol que no pudo reconocer y mordió los labios del muchacho quien intento tocar su sexo. Ella lo impidió y sonrió antes de irse. ¿Volvería a flotar?
Cuando intentaba bajar las escaleras sintió que flotaba otra vez, y que entre instantes cada vez más incalculables en sus intervalos no solo flotaba sino volaba, y que era infinitamente liviana. Esa noche durmió con una peliculina rojiza en sus ojos mientras se desvanecía; sonriendo porque era tremendamente feliz a pesar de las personas que se agrupaban a su alrededor y le preguntaban cosas sin poder entender lo que decían.
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