¿Que chucha voy a hacer?, ¿Qué le voy a decir a mi vieja? ¿Cómo? – Ignacio no dejaba de pensar en esas molestas y estúpidas cosas que piensas cuando algo sale mal. Quería irse del país, desaparecer sin que nadie lo perciba, sin que nadie lo extrañe (como si fuera posible).
Se frotaba los brazos porque la brisa era cada vez más fría y jodida. Solo quedaban cuatro puchos y cuando se terminaran pensaría en comprar una cajetilla más. De pronto sintió una lágrima que resbalaba por sus ojeras y se sintió enfermo. Pensaba en los estereotipos universalmente aceptados de la tristeza o la melancolía, en las caminatas solitarias sin rumbo fijo, en los cientos de pensamientos que se agolpan hora tras hora, en la peor de las interpelaciones a sí mismo. Pensó, por último, en el espacio en expansión de las ideas, a veces son tan pocas, y a veces pensamos tantas tonterías a la vez y de un tirón. Y ahora él pensaba en tantas que no podría enumerarlas.
Se levantó y prosiguió su caminata. Veía a las parejas abrazadas hablando despreocupadas, algunas no durarían más allá de esta semana (y volverían solas, a fumar un cigarro mirando la costa), y algunas otras terminarían la tarde entre gemidos y sudor. Ignacio pensó en Carmen y se sintió estúpidamente sentimental. Otra vez tenía ganas de llorar, y solo a punta de pensar a Sasha Grey siendo penetrada por dos eunucos pudo olvidar la delgadez y blancura de Carmen.
Conozco a su vieja, es una mujer dura, recia, casi andina en su capacidad de resistir embates. Es una chiclayana que se ganó todo en la vida por su cuenta, pero que no entiende razones más allá de las suyas. Por eso yo los dejé, a él y sus problemas, a Carmen y a los demás. Ignacio no pudo escapar (o debería pensar que no quiso hacerlo, siempre fuimos tan distintos) y terminó intentando hacer cada cosa que ella le proponía. Pero ahora le había fallado y se sentía mal. Yo no lo supe sino hasta días después que me llamó desde la playa, sin un centavo en el bolsillo y hablando incoherencias. Lo fui a recoger, nadie sabía nada de él, y yo nunca supe todo lo que había pasado. Estaba flaco y débil, cansado y triste.
Me preguntó por Carmen pero yo hace tiempo que no sabía nada de ellos y mentí. Le dije que la vi un par de veces, que me preguntó por él, que se veía tranquila (no feliz), tranquila.
De pronto me abrazó y me sentí extraño. No sabía si apartarlo o abrazarlo también. Nunca he sido bueno en esas circunstancias. Pero respondí al abrazo y lo lleve donde la vieja que estaba desesperada. Ella nunca me va a entender, y creo que desde aquel día tampoco va a entender a Ignacio, pero al fin de cuentas no importa, Ignacio estaba de vuelta y todos estaban felices de verlo.
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