Nos hartaba el aburrimiento de la ciudad. Hace tiempo que no pasaba nada interesante y ciertamente nos estábamos desesperando. El gordo ya no salía de su casa desde que le compraron la nueva consola de juegos así que ya no teníamos a quien vacilar. Y Matilde, la gringuita que se mudó al barrio el año pasado se había ido de vacaciones con su familia de Croacia, o algo así.
Con Pepe y Facundo nos pasábamos el día montando bicicleta y viendo porno en una computadora que cargaba videos de quince minutos en hora y media. Mientras tanto hablábamos de chicas. ¿María seguiría siendo virgen? ¿Daniela le daría bola al gordo? Pepe tenía la manía de subir las escaleras cada cinco minutos para ver si su mamá no sospechaba y bajaba a su habitación. Pero en el fondo la escena que vería sería patética. Tres chibolos sudados hablando de niñas con un video que no cargaba hace horas y que encima era de mala calidad.
De pronto la escena corría completa y nos sentábamos embutidos en un pequeño sillón con manchas de kétchup y mostaza. En la pantalla una rubia tetona jugueteaba con sus pezones y yo me comenzaba a poner nervioso. Debo reconocer que de todos, yo era el que peor manejaba estas situaciones. Usualmente hacia alguna broma estúpida sobre un detalle irrelevante (¿Esa era una cucaracha?, ¡Mira, el actor tiene un tatuaje de AC/DC!) pero mis amigos lo ignoraban y seguían embelesados frente a las dos montañas blancas y de pezones rosáceos en la pantalla.
En el fondo esperaba que la mama de Pepe nos encontrara a los tres, trio de pajeritos, con la mano peluda en la pija, hablando cochinadas y babeando frente a Kristen D o alguna de esas actrices de las pelis porno. Detestaba el aburrimiento y desesperación que me producían las tardes en las que veíamos películas y comíamos pizza. Extrañaba a la pequeña croata. ¿Ella también tendría tetas bonitas? No, era muy flaca, pero era bonita, linda. Con su acentito extraño, su pelo rubio y sus ojos verdes, sentada dos filas delante de mí con el gordo sudando a su costado, esperando ansioso al recreo para tragarse el huevo cocido que le mandaba su mamá.
De pronto sentí algo en mis pantalones y tuve que taparlo con mi brazo y con un vaso de gaseosa. Mis amigos no lo notaron. Kristen D gritaba como posesa, y debíamos bajar el volumen de los parlantes cada vez más. Hablaba en un idioma extraño y se me ocurrió que ese podría ser el idioma de Matilde. El huevon que se la tiraba mugía, graznaba y vituperaba groserías. Se me antojo imbécil y primitivo y lo odié. ¿Cómo podía nalguear a la princesa Matilde?, ¿Cómo podía morder sus tetitas?
El vaso lleno de gaseosa se me cayó al piso y fui corriendo al baño para buscar con que limpiar. Facundo dijo algo que no alcancé a oír y subí corriendo las escaleras. Entré al baño, me lavé la cara – Tranquilo Franco, ella no es Matilde, es una rubia gorda y tetona que grita demasiado y se la tira un eunuco baboso, tranquilo – salí del baño y me encontré cara a cara con la mamá de Pepe que miró mi pantalón
- ¿Qué están haciendo allá abajo Franco? – en su mirada había una certeza perversa. Sabía que abajo un mal actor porno se estaba tirando a mi princesa, a Matilde. Sabía que se me había parado viendo esa escena repugnante, que me había puesto nervioso y que había subido a lavarme la cara y pensar un poco.
- Nada señora, jugando en la computadora.
- Entonces acompáñame – fingió despreocupada - vamos a llevarlos a conocer el nuevo parque de skaters a dos cuadras.
- Si…claro señora
La había cagado, sería el soplón del verano. Le había dicho a la mamá de Pepe que el par de pajeritos allá abajo estaban viendo cosas que los niños no deben ver. Ella lo sabía y eso le daba poder sobre nosotros. Más que disfrutar el regaño y el castigo, disfrutarían la humillación propinada (amor, ¿No sabes que pasó hoy? ¡Encontré a tu hijito viendo porno con sus amiguitos los del barrio! – ¿En serio?, y el padre pensaría “Ese es mi hijo carajo”. Pero luego diría “Un momento, estos mocosos tienen 12 años, yo debuté a los catorce, ¡deberían estarse gileando a las chiquitas del barrio para tirárselas de acá a unos meses!”).
Yo lo sabía. Mientras caminaba hacia las escaleras pensaba en la ley del hielo, en que no me hablarían por semanas, en el teléfono sonando en mi casa – “Señora, encontré a su hijo viendo perversiones en la red, una mujer siendo penetrada por un punk con tatuajes obscenos, ¡imagínese!, una penetración, a esta edad” – y mi mama llevándome donde el padre Javier para que me diga que la masturbación es pecado, que diosito lindo nos da una pijita para reproducirnos, que las mujeres tetonas son tentaciones del demonio (y yo pensaría, La mujer que se confiesa los lunes, miércoles y jueves, esa que es mi vecina ¿Es una tentación del demonio?, entonces usted la pasa muy bien con el demonio, porque lo veo echándole miradas furtivas y coqueteos sutiles)
Pero en el fondo, de toda la vergüenza que se avecinaba lo que más me jodía era la posibilidad de que Matilde se enterara. Yo, el nerdcito de la clase, el buena gente, el que se sacaba muy buenas notas y sabia cosas imposibles (El año de la revolución francesa ¿Cómo puedes saber eso?) avergonzado frente a Matilde quien me observaría con una mirada acusadora. ¡Eres un enfermo, un pervertido! ¡Nunca más me hables!
Castigado todo el verano. No podía ver a mis amigos y me la pasaría leyendo libritos de aventuras, imaginando que las heroínas de la historia tenían cara y acentito de Matilde, escuchando los rumores sobre el chisme que crecía (¿Sabía que los chibolos de acá a la vuelta ven zoofilia?, zoofilia pues, cuando se meten con animales. ¿Sabía que el paliducho, el más altito, es medio satánico vecina?, ¡Yo le dije a su madre que no lo metiera en ese colegio que tiene desde maricones hasta enfermitos!) Todos los días mamá llegaba avergonzada porque habían creado una nueva historia en el barrio. Los papás del gordo le habían prohibido que se volviera a juntar con nosotros y a Pepe lo habían cambiado de colegio, pero se filtró el chisme de que era cabrito y que tenía revistas de hombres.
Eneeeeeeeeero, febreeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeero y marzo, por fin marzo y el primer día de clases. Matilde que no llegaba, el gordo que esquivaba mis miradas, Matilde que no llegaba, la formación para cantar el himno, Matilde que no llegaba, la primera hora de clases, Matilde…
Esa tarde caminaba a casa triste. Pensaba en Kristen D, la gemela de Matilde. Pensaba en Matilde, la musa de mis escritores, en los veranos, en los amigos del barrio. De pronto vi a lo lejos a una rubiecita que jugaba con su perro. ¡Estaba seguro de que era Matilde!
- Hola, ¿eres Matilde?
- Hola, si… ¿Tú quién eres?
- Ah, sí. Soy Franco, de tu salón del año pasado – Cuando dije esto pensé que todo estaba perdido, había revelado mi identidad y con ello todas los mitos detrás de mi historia masturbatoria. Con solo pronunciar las silabas de mi nombre, un aura lechosa y seminal se esparcía sobre mi cuerpo y me hacía vil y degeneradito.
Matilde sonrió y sus dientecitos blancos aparecieron. Se había puesto frenos y no me importaba, su pelo estaba recogido y sus manos sucias porque se había tropezado mientras paseaba al perro.
- Ya me acordé. Tú eres uno de los pajeritos. No importa, me caes bien. Ven a mi casa el jueves. Podemos ver televisión, mis papás no van a estar. Puedes poner tu brazo en mi espalda y rodearme hasta abrazarme. Puedes besar mis mejillas, puedes besarme. Luego podemos cerrar la puerta de calle con llave para asegurarnos de que mis papas no puedan entrar, y podemos tirar, como si yo fuera Kristen D y tú el actor del tatuaje…
De pronto Matilde se alejaba aterrorizaba y yo tenía una vergonzosa erección que disimulé sentado hasta que desapareció.